jueves, 23 de mayo de 2013

Actos conmemorativos del 25 de mayo de 1810 en Los Robles

Se llevaron a cabo actos conmemorativos de esta fecha patria, tanto en el Jardín de Infantes (ver fotos) como con los alumnos de Primaria y Secundaria (ver fotos).

A continuación les transcribimos las palabra alusivas leídas por el profesor Ezequiel Vila durante este acto:



Cielitos patrióticos
Palabras para el acto del 25 de mayo
Prof. Ezequiel Vila

Me resulta difícil pensar en el acontecimiento que nos convoca a través de las tesis filosóficas y las evidencias de la historiografía. Quizás sea porque de esa manera no estaría en mi área de especialización, quizás porque considero que el destino de los hombres escapa a todos los tejidos de causas y consecuencias que podamos formar. De todas maneras, y afortunadamente, la memoria nos ofrece una vía alternativa hacia el pasado que no es la de los hechos, los documentos y las certezas sino la de los relatos, las voces y la imaginación. La historia y la literatura son dos caras de la misma moneda, pero mientras la primera se circunscribe a lo manifiesto, la segunda nos obliga a ir hacia lo subterráneo. No quiero desmerecer a los patricios que vieron la oportunidad de gestar esta patria, a unas cuadras nomás de acá, hace más de 200 años, pero no voy a hablarles de próceres y actos de gobierno sino del pueblo y de su poesía. Quiero hablarles del primer pueblo argentino y de la primera vez que cantó.

Probablemente ninguno de ellos estuvo en la plaza el 25 de mayo de 1810, pero adjudico la invención de la patria a los gauchos, los mestizos, los soldados que dieron su vida en las luchas de independencia. Ellos hicieron que una rebelión oportuna, meritoria y justa, pero porteña al fin, se convirtiera en una reivindicación común, un deseo colectivo, una causa nacional. Los gauchos dieron al republicanismo bonapartista y al ideal romántico el idioma latinoamericano y el acento telúrico. La lucha en las vastas llanuras de América no podía tener la tristeza del Hyperion de Hölderlin ni la solemnidad del romanticismo europeo en general. Necesitaba de la provocación y el humor que los soldados cantores diseminaron en los campos de batalla con sus cielitos patrióticos.

Bartolomé Hidalgo fue un huérfano, pobrísimo, venido de la Banda Oriental, soldado desde los 18 años, miembro desde el primer año del ejército de la revolución, que compuso y puso por escrito la mayoría de los cielitos y diálogos patrióticos de los que nos quedan testimonio, verdaderos cantos de guerra que las tropas se pasaban alrededor del fogón en los campamentos para animarse. ¿Qué otro tenor puede tener la identidad patriota en América si no es la de los versos que aparecen, por ejemplo, en el “Cielito contra el Manifiesto de Fernando VII”?

El conde cree que ya es suyo
nuestro Río de la Plata:
¡cómo se conoce, amigo,
que no sabe con quién trata!

En política el Rey es diablo
vivo sin comparación,
el reino que le confiaron
se lo largó a Napoleón.

Para la guerra es terrible
balas nunca oyó sonar,
ni sabe qué es entrevero,
ni sangre vio coloriar.

Lo lindo es que al fin nos grita
y nos ronca con enojo,
si fuese algún guapo... ¡vaya!
¡Pero que nos grite un flojo!
(“Cielito contra el Manifiesto de Fernando VII” - Bartolomé Hidalgo)

¿Quién puede escuchar estos versos burlones y orgullosos y dudar que no provienen de un pueblo que nació para ser libre? Estos cielitos repletos de provocaciones, chanzas e insultos, no se limitan a proclamar la emancipación y la soberanía sino que están concebidos, ante todo, para ridiculizar a los enemigos. La patria se contagió con la necesidad de recordarle a los españoles que éramos libres y que éramos mayores, que ya no mandaban en el Río de la Plata, que habían corrido en Maipú, que hablaban en un español colonial y ceremonial que ya nada tenía que ver con nuestro criollo risueño y desfachatado. Para estos hombres la conformación de la patria es la oportunidad de que la identidad sea el caballo, la llanura, el cuchillo. La patria es la promesa de ser ellos mismos con la frente en alto, la oportunidad de vivir entre iguales. Seguramente la patria fue una idea intelectual, pero el pueblo rápidamente se la apropió.

Pero si el cantor respira la libertad para burlar al extranjero también se siente habilitado para criticar el proceso desde adentro. Las tensiones que un poeta oficial jamás podría recuperar se encuentran representadas en varios diálogos patrióticos, suerte de payadas a contrapunto que recorren junto a los cielitos las tiendas de campaña y las pulperías. La conciencia crítica que recién podremos encontrar en los intelectuales nacidos durante la revolución (como Juan Bautista Alberdi y Domingo Faustino Sarmiento), encuentra un precedente en versos como los que siguen:

De los años que llevamos
de nuestra revolución
por sacudir las cadenas
de Fernando el balandrón:
¿qué ventaja hemos sacado?
Las diré con su perdón:
robarnos unos a otros,
aumentar la desunión,
querer todos gobernar,
y de faición en faición
andar sin saber que andamos:
resultando en conclusión
que hasta el nombre de paisano
parece de mal sabor
(“Diálogo patriótico interesante entre Jacinto Chano, capataz de una estancia en las Islas del Tordillo y el Gaucho de la guardia del Monte” - Bartolomé Hidalgo)

Quiero cerrar estas palabras con una anécdota sobre esa canción que escuchamos hace un rato. El 25 de mayo de 1812, Luis Ambrosio Morante, en palabras de todos un “mulato, gordo y feo” epítetos que no le impedían ser el actor principal de la naciente escena teatral porteña (algo solo posible después de la Revolución, por cierto), escribe y protagoniza la obra “El 25 de Mayo o Himno a la libertad”. Con música de Blas Parera, la obra finaliza con un poema escrito por el mismo Morante. En las gradas de esa representación se encontraba el abogado y político antisaavedrista Vicente López y Planes, quien, conmovido, escribe esa misma noche los versos que siente que le faltaron a esa canción:

Sean eternos los laureles
que supimos conseguir:
coronados de gloria vivamos,
o juremos con gloria morir.

La asamblea del año 1813 le encargará la composición del himno nacional. López y Planes convoca a Blas Parera y escribe en perfectos decámetros una nueva letra para esa marcha triunfal oída en el teatro. El himno, conocido entonces como “Canción patriótica” se canta en las tertulias de Buenos Aires. Pero no tarda en volver a las masas. Este es el testimonio de uno de los tantos viajeros ingleses al Plata, durante la década de 1810:

Por la tarde, nuestros compañeros, después de beber un vaso de algo estimulante, rompieron con una de sus canciones nacionales, que cantaron con entusiasmo como nosotros entonaríamos nuestro ‘Hail Columbia!’. Me uní a ellos en el fondo de mi corazón, aunque incapaz de tomar parte en el concierto con mi voz. La música era algo lenta, aunque audaz y expresiva... este himno, me dijeron, había sido compuesto por un abogado llamado López, ahora miembro del Congreso, y que era universalmente cantado en todas las provincias de El Plata, así en los campamentos de Artigas, como en las calles de Buenos Aires; y que se enseña en las escuelas como parte de la esencia de la educación de la juventud...
(Viajes a América del Sur - Henry M. Brackenridge)

Si el pecho de los viajeros, inflamado por la caña, busca las estrofas del himno nacional como la mano sin darse cuenta busca la botella, creo yo que es porque López y Planes encontró en esos últimos versos la esencia de la causa patriótica, la insignia que solo puede llevar un pueblo orgulloso y guerrero, algo que solo puede decirse un hombre decidido a salir al campo de batalla: ¡venceremos “o juremos con gloria morir”!.

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