Se llevaron a cabo actos conmemorativos de esta fecha patria, tanto en el Jardín de Infantes (ver fotos) como con los alumnos de Primaria y Secundaria (ver fotos).
A continuación les transcribimos las palabra alusivas leídas por el profesor Ezequiel Vila durante este acto:
Cielitos
patrióticos
Palabras para el acto del 25 de mayo
Prof. Ezequiel Vila
Me resulta difícil pensar en el acontecimiento que
nos convoca a través de las tesis filosóficas y las evidencias de la
historiografía. Quizás sea porque de esa manera no estaría en mi área de
especialización, quizás porque considero que el destino de los hombres escapa a
todos los tejidos de causas y consecuencias que podamos formar. De todas
maneras, y afortunadamente, la memoria nos ofrece una vía alternativa hacia el
pasado que no es la de los hechos, los documentos y las certezas sino la de los
relatos, las voces y la imaginación. La historia y la literatura son dos caras
de la misma moneda, pero mientras la primera se circunscribe a lo manifiesto,
la segunda nos obliga a ir hacia lo subterráneo. No quiero desmerecer a los
patricios que vieron la oportunidad de gestar esta patria, a unas cuadras nomás
de acá, hace más de 200 años, pero no voy a hablarles de próceres y actos de
gobierno sino del pueblo y de su poesía. Quiero hablarles del primer pueblo
argentino y de la primera vez que cantó.
Probablemente ninguno de ellos estuvo en la plaza el
25 de mayo de 1810, pero adjudico la invención de la patria a los gauchos, los
mestizos, los soldados que dieron su vida en las luchas de independencia. Ellos
hicieron que una rebelión oportuna, meritoria y justa, pero porteña al fin, se
convirtiera en una reivindicación común, un deseo colectivo, una causa
nacional. Los gauchos dieron al republicanismo bonapartista y al ideal
romántico el idioma latinoamericano y el acento telúrico. La lucha en las
vastas llanuras de América no podía tener la tristeza del Hyperion de Hölderlin ni la solemnidad del romanticismo europeo en
general. Necesitaba de la provocación y el humor que los soldados cantores
diseminaron en los campos de batalla con sus cielitos patrióticos.
Bartolomé Hidalgo fue un huérfano, pobrísimo, venido
de la Banda Oriental, soldado desde los 18 años, miembro desde el primer año
del ejército de la revolución, que compuso y puso por escrito la mayoría de los
cielitos y diálogos patrióticos de los que nos quedan testimonio, verdaderos
cantos de guerra que las tropas se pasaban alrededor del fogón en los
campamentos para animarse. ¿Qué otro tenor puede tener la identidad patriota en
América si no es la de los versos que aparecen, por ejemplo, en el “Cielito
contra el Manifiesto de Fernando VII”?
El
conde cree que ya es suyo
nuestro
Río de la Plata:
¡cómo
se conoce, amigo,
que
no sabe con quién trata!
En
política el Rey es diablo
vivo
sin comparación,
el
reino que le confiaron
se
lo largó a Napoleón.
Para
la guerra es terrible
balas
nunca oyó sonar,
ni
sabe qué es entrevero,
ni
sangre vio coloriar.
Lo
lindo es que al fin nos grita
y
nos ronca con enojo,
si
fuese algún guapo... ¡vaya!
¡Pero
que nos grite un flojo!
(“Cielito
contra el Manifiesto de Fernando VII” - Bartolomé Hidalgo)
¿Quién puede escuchar estos versos burlones y
orgullosos y dudar que no provienen de un pueblo que nació para ser libre?
Estos cielitos repletos de provocaciones, chanzas e insultos, no se limitan a
proclamar la emancipación y la soberanía sino que están concebidos, ante todo,
para ridiculizar a los enemigos. La patria se contagió con la necesidad de
recordarle a los españoles que éramos libres y que éramos mayores, que ya no
mandaban en el Río de la Plata, que habían corrido en Maipú, que hablaban en un
español colonial y ceremonial que ya nada tenía que ver con nuestro criollo
risueño y desfachatado. Para estos hombres la conformación de la patria es la oportunidad
de que la identidad sea el caballo, la llanura, el cuchillo. La patria es la
promesa de ser ellos mismos con la frente en alto, la oportunidad de vivir
entre iguales. Seguramente la patria fue una idea intelectual, pero el pueblo
rápidamente se la apropió.
Pero si el cantor respira la libertad para burlar al
extranjero también se siente habilitado para criticar el proceso desde adentro.
Las tensiones que un poeta oficial jamás podría recuperar se encuentran
representadas en varios diálogos patrióticos, suerte de payadas a contrapunto
que recorren junto a los cielitos las tiendas de campaña y las pulperías. La
conciencia crítica que recién podremos encontrar en los intelectuales nacidos
durante la revolución (como Juan Bautista Alberdi y Domingo Faustino
Sarmiento), encuentra un precedente en versos como los que siguen:
De
los años que llevamos
de
nuestra revolución
por
sacudir las cadenas
de
Fernando el balandrón:
¿qué
ventaja hemos sacado?
Las
diré con su perdón:
robarnos
unos a otros,
aumentar
la desunión,
querer
todos gobernar,
y
de faición en faición
andar
sin saber que andamos:
resultando
en conclusión
que
hasta el nombre de paisano
parece
de mal sabor
(“Diálogo
patriótico interesante entre Jacinto Chano, capataz de una estancia en las
Islas del Tordillo y el Gaucho de la guardia del Monte” - Bartolomé Hidalgo)
Quiero cerrar estas palabras con una anécdota sobre
esa canción que escuchamos hace un rato. El 25 de mayo de 1812, Luis Ambrosio
Morante, en palabras de todos un “mulato, gordo y feo” epítetos que no le
impedían ser el actor principal de la naciente escena teatral porteña (algo
solo posible después de la Revolución, por cierto), escribe y protagoniza la
obra “El 25 de Mayo o Himno a la libertad”. Con música de Blas Parera, la obra
finaliza con un poema escrito por el mismo Morante. En las gradas de esa
representación se encontraba el abogado y político antisaavedrista Vicente
López y Planes, quien, conmovido, escribe esa misma noche los versos que siente
que le faltaron a esa canción:
Sean eternos los laureles
que supimos conseguir:
coronados de gloria vivamos,
o juremos con gloria morir.
La asamblea del año 1813 le encargará la composición del himno
nacional. López y Planes convoca a Blas Parera y escribe en perfectos
decámetros una nueva letra para esa marcha triunfal oída en el teatro. El
himno, conocido entonces como “Canción patriótica” se canta en las tertulias de
Buenos Aires. Pero no tarda en volver a las masas. Este es el testimonio de uno
de los tantos viajeros ingleses al Plata, durante la década de 1810:
Por la tarde, nuestros compañeros, después de beber un vaso de algo
estimulante, rompieron con una de sus canciones nacionales, que cantaron con
entusiasmo como nosotros entonaríamos nuestro ‘Hail Columbia!’. Me uní a ellos
en el fondo de mi corazón, aunque incapaz de tomar parte en el concierto con mi
voz. La música era algo lenta, aunque audaz y expresiva... este himno, me
dijeron, había sido compuesto por un abogado llamado López, ahora miembro del
Congreso, y que era universalmente cantado en todas las provincias de El Plata,
así en los campamentos de Artigas, como en las calles de Buenos Aires; y que se
enseña en las escuelas como parte de la esencia de la educación de la
juventud...
(Viajes a América del Sur
- Henry M. Brackenridge)
Si el pecho de los
viajeros, inflamado por la caña, busca las estrofas del himno nacional como la
mano sin darse cuenta busca la botella, creo yo que es porque López y Planes
encontró en esos últimos versos la esencia de la causa patriótica, la insignia
que solo puede llevar un pueblo orgulloso y guerrero, algo que solo puede
decirse un hombre decidido a salir al campo de batalla: ¡venceremos “o juremos
con gloria morir”!.
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